Profundizando en la dimensión del sentido de la vida

Publicado por Comunicaciones Confeba en

Dra. Viviana Barrón de Olivares

En nuestra cultura el sentido de la vida se orienta a pensar el sujeto como productor y consumidor. Todo se orienta a imaginarse trabajando, ganando dinero y gastándolo. Los bienes están pensados para que sean pasajeros, de modo que siempre tengamos que comprar más, pronto. Un ejemplo de esto es toda la tecnología. Enseguida se vuelve obsoleta y siempre hay que estar comprando más. Y a las personas se les va la vida detrás del consumo de cosas pasajeras. Como Jesús decía “tesoros en la tierra”.

Necesitamos reconocer el llamado de Dios, enfocarnos en sus propósitos y así dar real sentido a nuestras vidas.

Comprender el llamado

Una particularidad de nuestro tiempo es que las personas tienen serios conflictos para poder definir su identidad. Algunos autores hablan del concepto de “identidad bajo borradura”. Se refiere al hecho de que la identidad ya no implica un núcleo estable en el yo, sino que las identidades son múltiples y nunca se unifican, están fraccionadas, señala Hall (2003) como consecuencia de la modernidad tardía que muchos autores caracterizan como la época de lo fluido, donde muchas cosas se diluyen, se vuelven pasajeras, inestables. Los sujetos deben construir su identidad de múltiples maneras a través de los discursos, las prácticas y las posiciones que ocupan, a menudo antagónicas y cruzadas, todo esto esta potenciado por los procesos de globalización.

La identidad no es fija, ni esencialista, se forma y transforma continuamente. Es un proceso de construcción permanente. El sujeto se presenta descentrado, su identidad deja de ser homogénea, para ser posicional, múltiple y estratégica, dejando de estar unificada alrededor de un “yo único” (Hall, 2003).

Frente a esta crisis de identidad de la época, necesitamos fortalecer a las personas en su identidad en Cristo. Para eso, un aspecto fundamental es que las personas puedan descubrir su vocación, el llamado de Dios para darles sentido a sus vidas.

A lo largo de los años he oído diferentes cosas sobre esta cuestión del llamado de Dios. La versión secularizada de la vocación le ha quitado el componente trascendente al concepto. La base de entenderse llamado por Dios, o el punto de inicio, es que las personas puedan creer que Dios les llama.

La Biblia muestra a nuestro Dios como alguien que se comunica. Encontramos historias de hombres y mujeres comunes que fueron convocados por el Señor para hacer tareas extraordinarias.

Creo que es incomprensible para nuestra mente humana el hecho de que, en su infinita soberanía, Dios elige trabajar a través de nosotros, sus hijos e hijas. Quizás podría hacer lo que quiere de otras maneras, recurrir a seres angelicales o a otros seres creados. Pero hay cosas que debemos hacer los seres humanos.

Cuando Jesús inició su ministerio, el punto de arranque fue llamar a sus discípulos para que estuvieran con él. Jesús les invitó a sacar sus energías y enfoque en las cosas comunes para seguirlo y hacer algo de verdad trascendente: trastornar el mundo (Hechos 17.6).

¡Nuestro Dios nos llama! ¡Nos invita a seguirlo!

Para poder darnos cuenta de lo que significa el llamado de Dios, será necesario entender cuál es el propósito de Su llamado. No deberíamos buscar un propósito con los parámetros de nuestra cultura. En nuestro tiempo lo más importante es tener cosas, ser sujetos productores-consumidores con una pisca de éxito y la mayor cantidad de fama posible.

Estoy convencida de que el llamado de Dios va por otro lado. He escuchado muchas historias de personas que sienten que Dios los llamó a ser exitosos, ricos, famosos… En esos casos me parece que escuchan conforme a los ídolos de su corazón (Ezequiel 14.4), pero no están pudiendo oír la voz de Dios.

Dios no nos llama a una posición. Nos llama a seguirlo. El llamado de Dios tiene un sentido de trascendencia en relación al Reino de Dios. Somos parte de las herramientas del Reino de Dios. No se trata de nosotros: nuestros sueños, nuestras necesidades, nuestras expectativas. Se trata de cumplir un propósito que nos trasciende y que se trata de extender el Reino de Dios. Eso involucra a otras personas que necesitan conocerlo y también implica intervenir en diferentes aspectos donde es necesario mostrar la obra redentora de Dios: en la cultura, en los negocios, en las familias… en todos los aspectos de la vida.

Encontrar el propósito trascendente del llamado de Dios a nuestra vida será fundamental para no quedar atrapados en fines espurios, pasajeros, que pueden ser robados o derruidos (Mateo 6.19).

Prestar atención a cómo Dios nos guía

Un aspecto fundamental para ayudar en este proceso de descubrimiento del llamado será encontrar aquellos modos en los que Dios puede guiarnos. Lo más importante será prestar atención a su palabra, la Biblia. Leerla, conocerla y encontrar allí esos pasajes que nos marcan una dirección, que parece que se destacan en momentos de nuestra vida indicando el camino a seguir. Además, las experiencias de servicio que tenemos nos van mostrando en qué somos útiles para el Reino: los frutos que damos hablan también. Cuando estamos sirviendo al Señor podemos descubrir a qué nos invita porque lo vamos obedeciendo y notamos que “funciona”.

Como decía Pablo, Dios es el que pone en nosotros “el querer como el hacer” (Filipenses 2.13). Pero a veces no damos importancia cuando Dios pone en nosotros el deseo de hacer algo bueno, ¡él puede estar guiándonos! ¡Es muy posible que sea el Señor mismo poniendo en nuestro corazón ese deseo!

El pensamiento hacia el futuro, el sentido de propósito y de trascendencia tiene sus raíces en la cosmovisión bíblica. En la antropología bíblica aparece la idea de vocación. Esta noción es utilizada por las ciencias de la educación y la psicología como si se tratara de un concepto totalmente laico, pero no es así.

Desde sus orígenes en Alemania, la Reforma se extendió… Sus principios eran verdaderos y el tiempo le dio la razón… el sacerdocio universal de todos los cristianos y el llamamiento universal a la santidad, que da origen a un sentido nuevo de la vocación que ya no se limita a una vocación estrictamente religiosa, sino que se refiere a todas aquellas tareas que una persona emprende con un sentido de responsabilidad y gratitud hacia Dios y sus semejantes. (Fletcher y Ropero, 2008: 47)

El conocido cientista social Max Weber retoma esta idea, junto a otros aspectos.

La idea de profesión es producto de la reforma… lo absolutamente nuevo era considerar que el más noble contenido de la propia conducta moral consistía justamente en sentir como un deber el cumplimiento de la tarea profesional en el mundo. Tal era la consecuencia inevitable del sentido, por así decirlo, sagrado del trabajo, y lo que engendró el concepto ético-religioso de profesión: concepto que traduce el dogma común a todas las confesiones protestantes, opuesto a la distinción que la ética católica hacía de las normas evangélicas en praecepta y consilia  y que como único modo de vida grato a Dios reconoce no la superación de la eticidad intramundana por medio de la ascesis monásticas sino precisamente el cumplimiento en el mundo de los deberes intramundanos que a cada cual impone la posición que ocupa en la vida, y que por lo mismo se convierte para él en profesión. (Weber, 2008: 136)

Lo propio y específico de la Reforma, en contraste con la concepción católica, es haber acentuado el matiz ético y aumentado la primacía religiosa concedida al trabajo en el mundo, racionalizado en profesión. Y la evolución del concepto estuvo en íntima conexión con el desarrollo de formas distintas de piedad en cada una de las iglesias reformadas. (Weber, 2008: 142)

Pensar que el llamado de Dios es algo totalmente diferente a nuestra vocación es un error de comprensión de ambos aspectos. La vocación es justamente una expresión que tenemos muy asumida del llamado: “lo que queremos ser cuando seamos grandes”, aquello que desde nuestra infancia va marcando nuestros intereses, anhelos y desafíos. Es el diseño de Dios de quiénes somos, en el marco de su plan redentor, como dice Efesios 2.10 RV60: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”

Ahora bien, hay personas que consideran que para entender su llamado deben aislarse de todo, meditar horas y horas, desconectarse de todo y allí recibir algo como una epifanía que les diga cuál es su llamado. Es necesario quitar un poco de esas cosas tan misteriosas y animarse a involucrarse, a servir, a capacitarse para poder comprender y confirmar el llamado. Eso debería involucrar por un lado conocer el campo donde desarrollar el llamado, en los aspectos prácticos y concretos; aprender de experiencias de otros: escuchar sus testimonios y enseñanzas y también comprender mejor el mensaje de la Biblia. No voy a cansarme de enfatizar en la importancia de un estudio bíblico serio, que provea herramientas para comprender bien lo que la Biblia enseña de parte de Dios. Comprender el mensaje de las escrituras no es sencillo, no debe ser tomado a la ligera y será fundamental para el crecimiento integral de cada persona.

Superar las frustraciones

El manejo de la frustración es complejo. Las personas exigentes consigo mismas muchas veces viven el fracaso con mucho desaliento. Y en algunos casos ni siquiera es un fracaso, es que las cosas no salieron como se esperaba. En el ministerio especialmente hay momentos donde pareciera que no está saliendo bien lo que hacemos y, sin embargo, da fruto más adelante y nos sorprendemos.

Hace muchos años, como 28 años atrás, participé en una actividad para iniciar una nueva iglesia. Tenía un largo viaje hasta el lugar y estaba a cargo de una actividad con niños los domingos por la tarde. Parecía que no estaba sirviendo para mucho. Cada semana cuando hacía el viaje me preguntaba si valía la pena. Cuando terminé ese trabajo me quedó la sensación de que no había sido útil. Pero, pasaron como 15 años y volví a la misma congregación. Uno de los líderes de jóvenes, se acercó y me saludó con muchísimo afecto. ¡Él había participado en aquella actividad con los niños y me recordaba! Toda su familia era parte de la nueva iglesia. En esa y en otras experiencias me di cuenta de que podemos considerar un fracaso en algo solo porque nuestra mirada es acotada y pequeña. ¡Dios se ocupa de los frutos y del crecimiento! Sin embargo, no ver los frutos puede hacernos dudar de nuestro llamado. He visto a muchos quedarse viviendo en la frustración de un momento y no seguir adelante con su ministerio. ¡La valentía también se necesita para avanzar a pesar de los posibles fracasos!

A modo de cierre

Concluyendo de algún modo la reflexión de este artículo, creo que el desafío es mantener el diálogo con nuestra cultura observando aquellas cosas que puede ser de tropiezo o de daño, de manera de no dejarnos llevar por el modo de pensar las cosas que tiene nuestro tiempo. Nuestro desafío es seguir al Señor superando las limitaciones más comunes de nuestra época. Y es complejo no quedarnos atrapados en el modo de entender las cosas que la sociedad en que vivimos nos va proponiendo como algo de todos los días, así como “la gota que orada la piedra”.

Quiera Dios formar en nuestro corazón una actitud de constante crecimiento y de profunda humildad para que seamos personas que siguen los pasos del Maestro y en ese caminar pueden inspirar y acompañar a otros a seguirlo también.

Bibliografía

Barrón, Elsa Viviana (2012) El viaje de tu vida. Buenos Aires: Certeza.

Bauman, Zigmunt, (1999) La globalización: consecuencias humanas. (Brasil: FCE).

Beck, U.; Giddens, A. y S. Lash (1997) Modernización Reflexiva. Política, tradición y estética en el orden social moderno. Madrid. Alianza Editorial.

Fisher, Mark. (2018) Los fantasmas de mi vida. Buenos Aires: Caja negra.

Fletcher, J y Ropero A. (2008) Historia general del cristianismo. Barcelona: Clie.

Hall, Stuart et. al. (2011) Cuestiones de identidad cultural. Buenos Aires, Amorrortu.

Weber, Max (2008) La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

 

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