RAZONES QUE MUEVEN A LA IGLESIA A LA ACCION SOCIAL
Sobran las lecturas de la acción social de la iglesia en clave sociológica, económica, filosófica o política, e, incluso, partidaria. Muchas de ellas son enriquecedoras y otras tantas, no. Sin embargo, independientemente de lo que podamos encontrar en una gran nube de información y opiniones, lo mejor es que cada creyente “de a pie” tenga a mano un sencillo esquema de las razones que mueven a la iglesia a la acción social, pero, principalmente, una claridad indeleble de su ética. Esta es la propuesta de este artículo.
Para ello, no podemos menos que partir de Aquel quien es el autor y consumador de nuestra fe (Hebreos 122), es decir, de Jesús mismo. Pero no de alguna de sus enseñanzas, o señales, sino de su función mesiánica como profeta, sacerdote y rey.
En primer lugar, creer en la función profética de Jesús, implica en términos de fe, el seguimiento de todo creyente. Uno no puede entenderse cristiano si no está dispuesto a tomar el mismo camino de Jesucristo (Filipenses 25-11). En lo relativo a la acción social, esto define, a lo menos dos cosas. Primero, una clara dirección para las acciones de la iglesia, las cuales, en el mismo sentido descendente que tomó las acciones de Jesús, tendrán que dirigirse hacia los sectores más vulnerables de la sociedad. La pedagogía de la fe no tiene otro camino que la condescendencia. De ahí que lo segundo es definir la ética de la acción social cristina como un acto de mímesis, es decir, de imitación. Lo que moviliza a la iglesia a la acción social tiene su base en el seguimiento de las acciones mesiánicas de sanar, restaurar, liberar, anunciar las buenas nuevas (Lucas 418-19), las cuales son todas acciones sociales, o comunitarias, pero nunca individuales. Podemos decir que la ética de la acción social no se concibe desde la moralidad, la finalidad racional, la ideología, la coerción religiosa, ni el entusiasmo piadoso, sino desde una invitación: ¡Sígueme!
En segundo lugar, creer en la función sacerdotal de Jesús, implica en términos de amor, el sacerdocio de todo creyente. Dado que el sacerdocio de Jesucristo es asumido por el creyente en una mesa, entendemos que la obra de salvación no es otra cosa que un acto de participación en el ser de Dios[1], y en su obra. Por lo tanto, toda acción social de la iglesia es, exactamente, un acto propio de la gracia divina. Esto implica dos cosas. Primero, que el creyente no ama a los demás con su propio amor, sino con el de Cristo (Juan 1512). Ningún creyente está llamado a dar lo que tiene, sino lo que de gracia ha recibido (Mateo 108), lo cual implica el ser, y no sólo el tener. La segunda implicancia está en la ética del acto social, dado que, si aceptamos que el ethos de la acción social cristiana es la gracia, tendremos que definir la ética del dar en un acto de gratitud que se imparte en gratuidad (Mateo 1823-35). En otras palabras, para el creyente, la acción social es una reacción espiritual capaz de replicar la misma compasión que ha recibido.
En tercer lugar, creer en la función real de Jesús, implica en términos de esperanza, el servicio de todo creyente. La diaconía de todos los creyentes es el servicio que se ordena hacia el futuro. Pero no a un futuro establecido por las posibilidades de causa-efecto, ni al futuro utópico de las ideologías. Sino a un futuro definido como una dinámica vincular, y no por un estado de cosas, en el que el creyente no espera una evasión o una transformación de la realidad, sino su vitalización plena (Romanos 818-25), es decir, su resurrección. De ahí que la acción social como acto de esperanza, implique, al menos, dos cosas. Primero, que los misterios y la multiforme gracia de Dios (1 Corintios 41; 1 Pedro 410), los mismos que definen nuestra fe y amor, tienen que administrarse hacia la recapitulación de todas las cosas al señorío de Cristo. Porque la esperanza de resurrección surge únicamente del Resucitado (1 Pedro 13). Y segundo, que la acción social cristiana definida como servicio, tiene que mantener la ética del enviado (Juan 131-20). No es un servicio de esclavo, por cuanto surge de la mímesis del maestro, y no de la imposición del amo, pero tampoco es un servicio con prestaciones, por cuanto es una respuesta de amor al amor que amó hasta el fin. Es un servició que surge del envío, que se hace en colaboración con la misma missio Dei.
Este esquema sencillo, nos permite plantear la acción social desde Jesucristo, relacionando sus funciones crísiticas (profeta, sacerdote y rey), con las virtudes teologales (fe, amor y esperanza), la ética del discípulo (mímesis, gratitud y envío), y la actividad propia de todo creyente (seguidor, sacerdote y siervo).
Pastor Facundo Miño
Integrante del área de acción comunitaria CEB
[1] En esto también consisten los argumentos soteriológicos del NT respecto de la nueva creación, pues en Cristo somos participados de la naturaleza divina (2 Pedro 14), la infusión del Espíritu (Juan 2021-22), la unidad trinitaria (Juan 1723) o de la relación filial con Dios (Juan 112; Romanos 815). Ver a Moingt Joseph (1995), El hombre que venía de Dios, Bilbao, España: Editorial Descleé De Brouwer.